Caprichos inconfesables de juventud, nombres de ex parejas y un largo etcétera se encuentran grabados en el cuerpo de miles de personas a las que les encantaría retroceder el tiempo y descartar aquel momento en el que tuvieron la idea de tatuarse. Para alegría de todas ellas, a pesar de que eliminar un tatuaje no es una tarea trivial, en los últimos años se convirtió en un campo donde la ciencia y la tecnología se entrelazan para lograr resultados notables.

“Actualmente existe el sistema de láser de picosegundos que permite, mediante pequeños disparos prácticamente indoloros, destruir la tinta y hacerla muy pequeña. Luego, a través de varias sesiones, el sistema inmunológico la absorbe de manera progresiva”, dice a la Agencia de Noticias científicas de la UNQ, Diego Cunillé, médico especialista en cirugía plástica, estética y reparadora de la Universidad de Buenos Aires. Luego detalla que “esta nueva tecnología de picosegundos, permite borrar tatuajes más negros, más grandes y con colores que son complicados de sacar”.

El proceso de tatuarse implica la inyección de pigmentos de tinta en la dermis, la capa más interna de la piel. Esto significa que cualquier intento de borrarlo debe abordar la tarea de eliminar estas partículas de tinta sin causar daños a los tejidos circundantes.

Según detalla el especialista, los láseres emiten pulsos de luz intensa y ultracorta que penetran la piel sin dañarla, fragmentando selectivamente las partículas de tinta. De esta manera, a medida que el sistema inmunológico elimina gradualmente estas partículas fragmentadas, el tatuaje se desvanece con el tiempo.

La principal ventaja de este método es su enfoque en aprovechar los mecanismos naturales del cuerpo para deshacerse del tatuaje. A diferencia de otras formas invasivas, como la cirugía, los láseres resultan una alternativa menos agresiva. “Es esencial tener en cuenta que este proceso requiere tiempo, paciencia y la asistencia de profesionales capacitados. Además, los resultados pueden variar según el tipo de piel, el color del tatuaje y otros factores individuales”.

En esa línea, Cunillé advierte que el procedimiento debe realizarse bajo la tutela de un médico especializado y con título habilitante para la utilización de equipos láser, porque puede tener efectos adversos como quemaduras o pequeñas lesiones. “Si uno excede la potencia adecuada puede dejar tipo pigmentaciones o hiper pigmentaciones”, asegura a la Agencia UNQ.

La sensación de dolor que genera este procedimiento varía de persona a persona. Algunas pueden tolerarlo sin anestesia, mientras que otras necesitan un anestésico tópico o un analgésico. Por ejemplo, la tinta blanca es particularmente desafiante de eliminar debido a su interacción con el láser, lo que dificulta su descomposición en partículas más pequeñas. Las tintas azul y verde también son problemáticas y suelen requerir varias sesiones. Por otro lado, la tinta negra es más fácil de borrar, ya que el láser puede detectar su color y fragmentarla de manera más eficaz.

El número de sesiones necesarias para completar el proceso varía según la extensión del diseño. En esa dirección, se recomienda esperar al menos un mes entre sesiones para permitir que el sistema linfático procese la tinta eliminada. Para un tatuaje negro sin capas ni repasos, normalmente se necesitan entre 6 y 8 sesiones, mientras que los tatuajes a color pueden requerir 12 sesiones o más.

La duración de una sesión depende del tamaño del tatuaje. Los dispositivos láser disparan entre 6 y 10 pulsos por segundo, lo que acelera el proceso para tatuajes pequeños pero requiere más tiempo para zonas más grandes.